domingo, 7 de noviembre de 2010

El consumidor desconfiado

Nos hemos dejado engañar durante mucho tiempo, y es que ante todo somos unos comodones con miedo al fracaso y preferimos creernos las mentiras publicitarias a utilizar nuestra razón para desenmascarar los cientos de millones de mensajes publicitarios que diariamente se propagan para conseguir que un producto concreto sea un poco más atractivo en un mercado hipercompetitivo.

En el supermercado, en el banco, en cualquier sitio donde se venda algo debemos estar alerta, incluso en nuestra propia casa cuando cansados de un duro día de trabajo no dejarnos engatusar por las múltiples melodías publicitarias de la televisión, que ya ni siquiera nos hablan de las cualidades del producto, porque ahora las marcas nos habla de conseguir sentimientos, de satisfacer los deseos que ellas mismas han creado. Nos gobiernan, hacen y deshacen en nuestras vidas sin ser percibidas.

Pero no se trata de demonizar a la publicidad, sino de evolucionar. Por eso los consumidores deben aprender y pasar a controlar sus impulsos primarios, con la razón. Sé que es complicado darse cuenta del engaño cuando uno se enfrenta a miles de productos, pero… hagamos una pequeña reflexión y pensemos antes de comprar si realmente es necesario, si realmente es bueno, por qué lo queremos o cuanta energía y trabajo ha sido necesaria en su realización… Seguro que empezamos a darnos cuenta de muchas cosas que hasta ahora habían pasado desapercibidas. ¿cómo se colocan de una forma determinada los productos en las estanterías de un supermercado? ¿cómo se consigue con el diseño de un embase o de una etiqueta que gastemos antes un producto?.

Problemas como el incremento de la obesidad, el tabaco y tantos otros necesitan de la reflexión de un consumidor desconfiado, crítico, que se pregunte continuamente el por qué de las cosas, que despierte, razone y elija en libertad dentro de un mar de mensajes publicitarios.

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