viernes, 25 de julio de 2008

Viajes - Plata, peyote y San Francisco de Asis México


Real de Catorce es un pueblo mexicano que se encuentra a 2550 metros de altitud, se fundó en el año de 1779 debido al descubrimiento de ricas minas de plata, lo cual desató una verdadera fiebre de plata, sobre todo en España. Por eso es un pueblo íntimamente ligado a la actividad minera, aunque también tiene otros reclamos como la existencia de peyote, que ha creado toda una serie de fieles seguidores y sus fiestas de octubre en torno a San Francisco de Asís que atraen a miles de devotos por esas fechas.


Yo tuve la suerte de visitar este famoso pueblo en el verano de 2008, salimos por la mañana desde la ciudad de San Luis de Potosí por la nacional 70, el paisaje es bonito, lleno de Yuccas silvestres que se pierden en el infinito y a los lados de la carretera bares vacíos y puestecillos ambulantes donde intentan vender las pieles de serpiente que mueve el viento. En dos horas y media llegamos a Cedral y cerda de allí se coge un camino de piedras que se adentra en las montañas dirección la sierra de Catorce. La imaginación se dispara y los millones de arbustos de desierto que hay a ambos lados de la carretera recuerdan las tierras de los chamanes y sus ritos mágicos.

Según subimos por la montaña nos damos cuenta de lo difícil que es sobrevivir en estas tierras áridas, rodeadas de montañas peladas y con ríos de rocas donde el agua parece no haber existido nunca. Por fin llegamos al túnel de Ogarrio, un túnel de 2300 metros de longitud de una sola dirección y única forma de acceso al pueblo del Real, tenemos que esperar un poco y pagar 20 pesos hasta que un señor encargado nos da paso y entramos. Cuentan que algunas minas tienen comunicación con este túnel y a poco de entrar hay un pequeño santuario con una virgen y justo en frente se abre un túnel que si me da la impresión de abrirse hasta el mismísimo centro de la tierra. Al salir del túnel una luz cegadora nos da la bienvenida a Real el Catorce y miles de vendedores, hombres, niños y señoras nos acosan con objetos y comida. Dejamos atrás este comercio improvisado y nos adentramos en el pueblo siguiendo una carretera irregular de piedras. Nos damos cuenta aquí no se conoce el asfalto y algunas calles son cuestas tan pronunciadas que no te explicas como alguien puede haber subido un coche por ellas.
Atravesamos el pueblo y llegamos a un pequeño aparcamiento donde dejamos el coche y nos disponemos a buscar alojamiento, yo había visto en internet "El refugio" que tenía buena pinta, pero nos confirmaron que no había sitio y nos ayudaron a localizar un alojamiento en un hotel que se llama "Ruinas del Real". Al parecer se celebraba un pase de modelos en el pueblo para recaudar fondos y restaurar la plaza y todos los alojamientos estaban llenos, menos mal que nuestro hotel esta bastante bien.

Como se nos había echado el tiempo encima, lo primero que hicimos fue buscar un sitio para comer. Al final nos decidimos por "El mesón de la abundancia" un restaurante muy acogedor y con una comida riquísima, donde comes por 7 euros en una ambiente agradable y con buena música.


Real de Catorce es un pueblo lleno de pequeñas tienditas y tenderetes ambulantes que hacen las delicias de los turistas. Por la tarde aproveche para alquilar un todoterreno de los años 50 y visitar una de las minas más famosas del pueblo. Situada en el río Santa María, se llega por un camino suicida de piedras donde la pronunciada pendiente y el precipicio crean un miedo que se incrementa considerablemente si realizamos el viaje en el techo del vehículo y que en lugar de disfrutar del maravilloso paisaje del verde valle te obliga a rezar y pensar en tu seguridad sobre todo si aparece otro todoterreno en dirección contraria y nuestro loco conductor se pone a dar marcha atrás.

La mina esta situada a pie de río, en una zona de montañas escarpadas y esta lleno de casas abandonadas donde el silencio, solo se rompe por alguna cabra propiedad de una vieja anciana que habita el lugar. La chimenea apagada, un pequeño santuario bien conservado al que todavía se le lleva flores y la entrada a una mina oscura y olvidada es lo que se puede ver por el lugar.

El día siguiente me levante pronto y pude disfrutar de un amanecer único en Real de Catorce. No se me olvidará el ruido de los gallos, contestados por los burros, todo ello arbitrado por las campanadas caprichosas de la iglesia, mientras la luz poco a poco se hace dueña de un pueblo que todo el mundo dice que es mágico, no sin razón.




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