domingo, 4 de mayo de 2008

Viajes - Pecio Almirante Oquendo Cuba

Eran las nueve y media de la mañana del 3 de juio de 1898, cuando el crucero acorazado Infanta María Teresa, buque insignia de España capitaneado por el almirante Pascual Cervera, abandonaba la bahía de Santiago de Cuba. La batalla comenzó inmediatamente: a las 9,35 el "Teresa" abrió fuego sobre un acorazado norteamericano, aunque su intención era dirigirse a toda máquina hacia el Brooklyn, al que interesaba poner fuera de combate enseguida por ser el navío más rápido de la escuadra enemiga. Detrás del "Teresa" salieron en fila india (no había otra posibilidad por las características de la bahía) los también cruceros acorazados Vizcaya, Cristóbal Colón y Almirante Oquendo, con la intención de huir rápidamente hacia el oeste. Por último se hicieron a la mar los destructores Furor y Plutón, que no tenían ninguna opción ante la potencia de fuego de Estados Unidos. En algo más de cuatro horas, la escuadra española del Atlántico quedó aniquilada, 332 muertos y 197 heridos frente a 1 baja de Estados Unidos en una rápida batalla que comando un pesimista Pascual Cervera.


El Almitante Oquedo fue el cuarto barco en salir por la estrecha salida al mar de Santiago de Cuba, siendo dañado prontamente por la artillería rápida del acorazado Iowa. Recibió 43 impactos de las cañones de 57 mm del Iowa, por lo que la mayor parte de los marineros en las cubiertas superiores fueron muertos o heridos. El Oquendo también sufrió el fuego de los cañones más pesados de la flota norteamericana, incluyendo tres impactos de 203 mm (8 pulgadas), uno de 152 mm (6 pulgadas), un impacto de 127 mm (5 pulgadas) e impactos de 102 mm (4 pulgadas). Después de que sus calderas estallaran, no tenía ninguna capacidad de combate. Su comandante, el capitán Lazaga, mortalmente herido, lo echó a pique. El crucero se hundió sobre las 10:30 de la mañana a unos 700 m (menos de media milla) de la orilla cubana, a 12,6 km de Santiago. El Oquendo perdió cerca de 80 hombres en la batalla.

Al día de hoy, muy cerca de la costa, en la playa de Juan González, sobresalen aún del agua los dos cañones inofensivos del crucero acorazado que ahora apuntan al cielo mientras los restos del navío oxidado descansan bajo el agua.



Para mi el Almirante Oquedo fue de esas cosas fortuitas que te encuentras en el viaje y te dejan absolutamente impresionado. Un sitio mágico y absolutamente solitario que dejan un recuerdo imborrable en mi memoria. En apenas 15 minutos llegas nadando al barco y desde la playa es difícil apartar la vista de esos dos cañones que sobresalen del agua, ahora acariciados por el viento del olvido.

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