Las primeras tentativas filosóficas de la joven Arendt se centran en la figura de San Agustín, que ya había atraído la atención de Heidegger en «Ser y tiempo». De ahí que en este trabajo no pueda por menos de escucharse la voz existencial del maestro.
Sin duda, su aportación más interesante reside en su tentativa de mirar la acción humana con los ojos despejados de clichés académicos. De ahí que la originalidad de su reflexión transcurra de los cauces de la filosofía existencial a la reflexión casi fenomenológica sobre el sentido y la naturaleza especial de la política.
En su obra, «La condición humana», todo gira en torno al triángulo «labor», «trabajo» y «acción», las tres actividades vitales por antonomasia. Paralelamente, otra distinción ha marcado la historia de las actividades humanas, la existente entre la «vita contemplativa» y la «vita activa».
Por otro lado en su obra “Sobre la revolución” realiza un análisis comparativo de la revolución francesa, la rusa y la americana y define el concepto de libertad, como una admisión y participación de las personas en el espacio político-público, y la protección de una esfera inviolable de derechos individuales en el marco de un gobierno limitado.
Pero su obra más popular, «El origen del totalitarismo», aparecida en 1951, se compone de tres partes: «antisemitismo», «imperialismo», «totalitarismo» y sobre todo nos habla del peligro de la indiferencia social. Para Arendt, el desarrollo del nazismo y su inédita capacidad de destrucción no fueron el fruto de una tradición alemana cualquiera, sino de la transgresión nihilista de todas las tradiciones: «La nada de la que surge el nazismo se podría definir como el vacío que procede del derrumbamiento casi simultáneo de las estructuras sociales y políticas de Europa El tremendo atractivo psicológico que ejerció el nazismo no consistió tanto en sus falsas promesas como en el abierto reconocimiento de este vacío». En este sentido, una de las tesis más llamativas de su pensamiento es la de la «banalidad del mal» que arraigó en el régimen nazi.
Bajo estas claves, el peligro fundamental que se cierne sobre las sociedades modernas de masas es que la esfera de lo político termine desapareciendo por completo. Según Arendt, la característica principal del hombre masa es su aislamiento y su falta de relaciones sociales. Son la soledad y la atomización social los elementos catalizadores del totalitarismo: los movimientos totalitarios son organizaciones masivas de individuos atomizados y aislados, cuyo fanatismo y devoción al gran líder no son sino tentativas de zafarse del desamparo burocrático en el que se hallan inmersos.
De ahí que, Arendt acierte en diagnosticar que el verdadero enemigo de nuestro tiempo no es tanto el embate mostrenco de la irracionalidad como la amenaza cotidiana y banal de la indiferencia e impotencia gregaria de las masas.
«El totalitarismo no busca un gobierno despótico sobre los hombres, sino que busca un sistema en el que los hombres sean superfluos»
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