Me llena de alegría que en “La arquitectura del deseo” Jose Antonio Marina se una a escritores como: Gilles Lipovetsky, Vicente Verdu o Bauman para denunciar el uso obsceno que la sociedad hace del deseo.
En su libro Marina analiza el origen del deseo y su evolución, desde el deseo de comida provocado por un cambio fisiológico como puede ser la bajada del nivel de glucosa en sangre hasta los deseos de la sociedad actual de una complejidad sorprendente. Podríamos decir que hemos sufrido un gran big-bang, donde las necesidades se hibridan hasta el límite, no sabiendo realmente lo que deseamos y lo que nos mueve para conseguir nuestras metas.
Herramientas como la publicidad, nos permiten producir sujetos deseantes, para una sociedad que necesita que los individuos sean conscientes de sus carencias, obligarles a que se sienta frustados, que sientan la envidia para luego ofrecer una salida fácil a su decepción: comprar. Un efímero momento de felicidad que una vez conseguido destruye el deseo y nos devuelve a la amargura de aquello que todavía no hemos conseguido. Una búsqueda incesante para satisfacer los deseos, que nos tiene idiotizados porque nos gusta.
Ahora ya no se produce atendiendo a la demanda, a cubrir las necesidades existentes, hoy en día lo hemos invertido y primero se produce para luego inducir la necesidad de lo fabricado. Sabemos que existe un sistema orientativo del comportamiento en todos los animales que actúan inconscientemente al premio o castigo, al placer o dolor y esta conducta se ha incorporado a la sociedad actual de una forma sutil y ante un complejo mundo donde el deseo adquirido se descompone, se mezcla y se confunde con otros sentimientos humanos.
Pero el deseo no es malo, de hecho es el motor que nos mueve a la creación. El ser humano se alegra cuando siente que aumenta su potencia de obrar, desde este punto de vista el ansia de poder se puede ver como un aumento en las posibilidades de crear. Pero debemos de recondirlo, ser conscientes que los actos altruistas pueden ser tambien deseables y gratificantes. Al final el autor se pregunta si ¿se puede sobrevivir guiándose solo por el placer? La respuesta es que se puede vivir pero no sobrevivir.
Yo añadiría que compramos cosas para poseerlas indefinidamente, como si fueramos dioses inmortales, pero más nos valdría alquilar y compartir, en definitiva reconocer nuestra efímera existencia en una sociedad 2.0
sábado, 12 de diciembre de 2009
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